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3. Gärn I

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Gärn había sabido que algo andaba mal mucho antes de acercarse al Hogar. Estaba borrando las marcas olorosas de un claro de luna que se había acercado demasiado a la frontera, sustituyendo el rastro de aquel macho con el suyo propio, cuando un escalofrío la recorrió. Alzó las orejas y olfateó el aire, perpleja, pero lo que hubiera causado esa sensación ya había desaparecido. Durante un instante, había sentido… Sacudió la cabeza para deshacerse de aquel sentimiento de dolor y pánico. Se convenció de que eran imaginaciones suyas, pero memorizó la emoción para reconocerla si se repetía.

—¿Va todo bien?

La llamada de su líder de patrulla la distrajo, y los restos de aquella sensación de alarma se desvanecieron con el viento. Gärn sacudió la cabeza con un resoplido y se concentró.

—Me ha parecido oír algo. No es nada.

—¿Has terminado aquí?

—Sí.

El otro lobo la miró un momento. Sus ojos eran de un naranja oscuro, profundo. Gärn podía verlo reflexionar a través de ellos.

—Nos movemos a la siguiente sección—determinó después de unos momentos, y se dispuso a continuar su camino, pero solamente había dado unos pasos cuando se detuvo y volvió a mirarla—. Avísame si vuelve a parecerte oírlo. Esto es territorio hostil.

Gärn resopló un asentimiento, y el lobo avanzó rápidamente, seguido de sus otros dos subordinados. Cuando Gärn se unió a ellos un instante después, ya había olvidado aquel escalofrío.

—Los claros de luna se muestran cada vez más osados—estaba comentando Aarik cuando los alcanzó—. Parece que se les ha olvidado lo que ocurrió en la última guerra entre nosotros. A lo mejor deberíamos recordárselo.

Gärn lo miró con dureza, pero no dijo nada. Aarik era muy joven, acababa de ser nombrado y como todos los chiquillos estaba ansioso por mostrar su valía en el combate. No había visto una guerra de verdad en toda su vida. Gärn sabía que la primera masacre que presenciara le enseñaría mucho más que cualquier reprimenda que ella pudiera darle en ese momento. De modo que guardó silencio.

En realidad, de los presentes en aquella patrulla, solamente su líder, Jorvun, había participado en el último gran conflicto con los claros de luna. La guerra lo había convertido en un hombre pesaroso, hosco, que se alertaba ante el menor sonido. Eso había sido hacía casi veinte años, cuando Gärn era un cachorro de dos.

Las manadas del Valle eran guerreras por naturaleza, pero había habido algo en aquella guerra que había causado profundas cicatrices en los guerreros más veteranos de los vientos de lluvia. Algunos ya no podían separarse de sus cuchillos, o se mostraban incómodos en su frágil forma pielsuave. Algunos, como Jorvun, miraban obsesivamente hacia la frontera oeste ante cualquier ruido sospechoso. Algo se había quebrado en ellos en los años que pasaron atacando y siendo atacados, emboscando y siendo emboscados. Aún eran fieros guerreros vientos de lluvia, pero Jakharo los había liberado de aquella guerra, y por ello lo habían seguido. Los guerreros veteranos habían amado la paz de Jakharo más que cualquier joven ansioso de gloria, porque conocían su precio.

¿De qué le sirvió aquello al final?, se preguntó con pesar. Todos lo habían amado. Pero nadie había intervenido para salvarle la vida.

—Algún día—estaba diciendo Jorvun cuando volvió a mirarlo— irás a la guerra y no volverás a querer recordarla. No se puede traer de vuelta a los muertos, chico. 

—Morir en defensa de la manada es el mayor honor que existe—replicó Aarik, arrogante como solamente un muchacho recién ascendido podía ser. Gärn no pudo morderse la lengua más tiempo.

—Vivir por la manada es un honor mayor. No te equivoques, Aarik. Los proveedores salvan más vidas que los guerreros.

—¿Qué sabrás tú? Cuando te emparejes con Roho no volverás a tener que…—Aarik pareció darse cuenta del error que cometía conforme hablaba, porque bajó la voz de manera gradual y no alcanzó a pronunciar el final de la frase.

En los ojos de Jorvun centelleó una advertencia, pero el líder de patrulla no hizo nada para impedir que Gärn tumbara al joven como un relámpago y cerrara sus fauces en torno a la piel blanda de su garganta. No hubo nada que mereciera llamarse una pelea: el joven lobo crema y naranja gimoteó enseguida una rendición y Gärn lo dejó ir.

—No sé dónde has oído eso, pero no voy a emparejarme con Roho—resopló. Se hacía una idea de dónde lo había oído, pero optó por dar a entender al chico que no estaba en problemas. Aarik era tan orgulloso como arrogante. Una corrección bastaría para colocarlo en su lugar; humillarlo lo pondría en su contra. Gärn siempre había preferido el respeto al temor. Algo que Roho no parece comprender, pensó.

—Lo siento.

Gärn sabía que era cierto. Dio final a su castigo sacudiéndose el enfado del pelaje. Volvió la vista a Jorvun, que los observaba con cierta diversión en la expresión. Más allá un lobo gris oteaba el horizonte, aparentemente poco interesado en la trifulca. Gärn se habría reído si hubiera podido. Así era Brun. 

 

Aarik se mantuvo callado el resto del trayecto, y aunque Gärn habría agradecido señales de que no se había pasado con su corrección, lo cierto era que se apreciaba poder disfrutar de la noche fresca de finales de estación con tranquilidad. No los esperaba ninguna emboscada ni los claros de luna aguardaban tras un arbusto. Incluso consiguió sacarle una respuesta a Jorvun que lo hizo dejar de mirar a la frontera por un instante. Cuando terminaron la patrulla, la tensión había desaparecido del ambiente, y Gärn respiraba con tranquilidad, trotaba con energía y pensaba en el calor de su lecho.

Su olfato le dio la primera alarma, cuando aún estaban lejos del Hogar. Era de madrugada, y todos los olores que debería haber captado tendrían que haber sido de calma y descanso; en su lugar, la nariz se le inundó de pánico, tensión… y sangre.

Aceleró el paso inconscientemente, recorriendo sin mirar los caminos ocultos de la floresta, montaña arriba, hacia la cima del Bosque Escarpado. Oyó a lo lejos cómo sus compañeros de patrulla la seguían, y se dio cuenta de que estaba corriendo. ¿Los habían atacado? ¿Los nubes de tormenta? No, no era posible, el rastro de sangre indicaba heridos, pero no una gran batalla. Además, no tenían manera de saber dónde estaba el Hogar… ¿verdad? Aceleró aún más el paso, hasta que los pulmones empezaron a arderle por el ritmo que les estaba imponiendo. Apartó a un lado ese dolor y como una exhalación brotó de entre los arbustos y se escabulló entre los gigantescos riscos que rodeaban el Hogar.

La recibió una cantidad de luz para la que no estaba preparada, y tuvo que detenerse un momento para adaptar la vista. Cuando logró enfocar, advirtió que habían encendido todas las hogueras, y que el campamento estaba a rebosar de personas despiertas, inquietas, caminando de un lado para otro, dándose instrucciones que no alcanzaba a comprender y transportando objetos, herramientas y comida. Gärn estaba tan perpleja que olvidó su alarma por un instante.

Despertó de golpe cuando vio pasar corriendo a Kimra y la reconoció.

—¡Kimra!—la llamó con un ladrido, y la muchacha se detuvo. Era solo un poco más joven que ella misma, de pelo negro y largo y una característica marca de nacimiento debajo del ojo izquierdo. Se la quedó mirando un momento.

—¡Gärn!—y entonces vio a los lobos que aparecían detrás de ella y añadió con un suspiro agotado de alivio:—Habéis vuelto. Genial. Garevan está reuniendo a los guerreros, quiere organizar más patrullas.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién está herido? He olido sangre—quiso saber, dando un paso más hacia la mujer. Sintió un cosquilleo bajo la piel, una señal de que su aspecto más humano deseaba brotar, pero la loba se impuso sin dificultad. Si había pelea, necesitaría sus colmillos.

La duda en la expresión de Kimra la alertó más. Se le erizó el pelaje de la nuca.

—Los nubes de tormenta han emboscado la patrulla nocturna del sudeste. Lo siento mucho, Gärn, pero dicen que Nadja está malherida.

Está con los curanderos, supo.

Gärn clavó las uñas en la tierra pisoteada, pero su disciplina era férrea y la impidió salir corriendo en ese mismo instante. En su lugar, miró a su líder de patrulla buscando su permiso. Jorvun se lo otorgó con un gesto y enseguida se volvió para repartir instrucciones al resto de la patrulla. Gärn no los escuchó; la loba gris oscuro ya volaba hacia la casa de los sanadores del Hogar.

—¡Nada de zarpas en la sala de curas!—le advirtió alguien a gritos al verla entrar corriendo. Gärn no se detuvo, pero desencadenó la transformación al mismo tiempo que seguía a ciegas el rastro de olor de la sangre de Nadja… y la de Dacko. Ya era humana cuando llegó un instante después junto a los dos bultos que compartían un lecho ensangrentado. Los dos dormían. Nadja seguía en su forma cuadrúpeda. Eso la alarmaba: significaba que tenía heridas demasiado graves para su forma pielsuave. Pero, ¿qué había ocurrido?

Le propinó un puntapié a Dacko, con saña. El quejido le indicó que estaba despierto.

—¿Vas a explicarme a quién tengo que arrancarle el pellejo por esto, Dacko?—exigió saber cuando por fin se giró hacia ella.

—A Daichi—respondió el muchacho con un quejido. Instintivamente Gärn miró a su alrededor para asegurarse de que nadie lo había escuchado. Los curanderos discutían algo al otro lado de la amplia sala, pero nadie parecía prestarles atención. Dacko se frotó los ojos y se incorporó. No reaccionó a su desnudez. Los lobos del Valle estaban demasiado acostumbrados a verse desnudos los unos a los otros. Eran criaturas mutables, siempre saltando de una forma a otra, y no siempre había ropas preparadas a mano. Además, las prendas eran difíciles de fabricar y se echaban a perder con facilidad al transformarse, por lo que a menudo, especialmente si preveían cambios de forma frecuentes, ni siquiera se molestaban en vestirse. La ropa era una protección contra el frío y las heridas, no contra las miradas—. La envió sola a la frontera. La emboscaron los nubes de tormenta.

—Nubes de tormenta—repitió Gärn, con la mente zumbando de actividad. ¿Estaban presionando las fronteras, entonces? ¿De ahí todo el movimiento en el Hogar?—. ¿Dónde ha ocurrido? ¿A cuánta distancia?

—¿Eso es lo que te preocupa ahora?—replicó Dacko, con un tono de horror que la sorprendió.

Gärn lo miró perpleja. Respondió despacio, sin comprender muy bien las razones para aquella ira repentina:

—Han atacado nuestro territorio, Dacko.

—¡Han atacado a nuestra amiga! ¡Nadja se muere! Olvida el puto territorio.

¿Olvida el puto te…?

—¿Cómo puedes…?—el orgullo la hizo escupir en respuesta, pero una parte de ella se horrorizó junto con Dacko de sus propias acciones, y logró reprimir a tiempo el resto de la réplica. Apartó la mirada de los ojos azul claro de Dacko y se arrodilló junto al cuerpo de Nadja, esforzándose por ahogar el gruñido atrapado en su garganta.

Su costado subía y bajaba muy lentamente. Con cuidado, Gärn puso una mano sobre el pelaje corto y espeso de su lomo, en una zona que parecía despejada de heridas. Comprobó con amargura que la habían destrozado. Su pelaje moteado naranja, blanco y negro, del que estaba tan orgullosa, estaba ahora cubierto de ungüentos y vendajes. Al menos una pata estaba rota, y le faltaba un pedazo de su oreja derecha. Van a ser muchas cicatrices, pensó con tristeza. Y no porque tuviera una mala opinión sobre las marcas de guerra, pues ella portaba las suyas orgullosamente, sino porque sabía que para Nadja serían motivo de vergüenza. Su amiga siempre había sido más insegura que ella. Obligarla a recordar cada día de su vida cómo la habían atacado sin que apenas hubiera podido defenderse…

—Nadja no se va a morir—reconfortó tentativamente a Dacko, acariciando distraídamente la frente de la loba inconsciente, justo donde su característica mancha blanca hacía esa forma de triángulo tan particular. Tiene un pelaje tan suave…, pensó. Más corto que el suyo o el de Dacko, pero increíblemente denso. Cuando llovía, Nadja podía recorrer el bosque entero sin apenas mojarse la piel. Ahora tenía pedazos de pelo arrancados aquí y allá donde la habían mordido. Sabía que eso la apenaría cuando despertara, de modo que se recordó a sí misma decirle que volvería a crecer. Pero es corto para ocultar bien las cicatrices. Eso no se lo diré—. Está hecha polvo, pero va a ponerse bien, ¿vale?—esperó un momento, pero Dacko no respondió—¿Vale?

—Sí, vale—resopló finalmente.

Permanecieron unos minutos en silencio, hasta que una sanadora les pidió espacio para trabajar. Esperaron de pie, a cierta distancia, mientras los curanderos limpiaban a Nadja y le cambiaban los vendajes. Una herida empezó a sangrar profusamente otra vez, y Gärn tuvo que impedir que Dacko se acercara a estorbar, pero los sanadores recuperaron rápidamente el control. El tiempo pasó de una manera extraña hasta que les permitieron sentarse de nuevo a su lado, con instrucciones de no tocarla y dar la alarma si había cualquier cambio. Dacko volvió a cubrirla con la manta y a tumbarse con ella, pero Gärn permaneció en pie, incapaz de decidirse a moverse.

Finalmente, Dacko la miró.

—Aquí no vas a hacer nada—dijo al cabo, pero había cierto afecto en su voz cansada, cierta voluntad de arreglar la tensa conversación—. Tu padre estaba reuniendo patrullas para responder. Ve y dale una paliza a un nube de tormenta o dos—hizo una pausa—. Te sentará bien.

—Sí. Gracias—respondió. Se dio cuenta demasiado tarde de que no sabía muy bien por qué se lo agradecía, pero supuso que insistir en la conversación solo la haría más incómoda. De modo que, simplemente, añadió—: Volveré más tarde.

—Sí.

 

Fuera, la manada estaba despierta. Gärn calculó que faltaba un rato para el amanecer, pero el ir y venir de los guerreros y los curanderos y de aquellos encendiendo los fuegos y preparando los alimentos y las medicinas para ellos había despertado a todo el mundo. Siempre era imposible devolver a los cachorros a la cama tras un acontecimiento así, de modo que los adultos se habían limitado a empezar el día más temprano de lo habitual. A juzgar por los bostezos y las caras de sueño que veía al pasar, Gärn juzgó que también terminaría a la más mínima señal del atardecer. Afortunadamente, ella aún tenía fuerzas para otra patrulla. El frío acuchillaba su piel frágil y desnuda, y Gärn ansiaba recuperar su manto gris, largo, oscuro y espeso, cuanto antes. 

Encontró a su padre junto a la hoguera central del Hogar, en el intermedio de los tres niveles escalonados que conformaban el asentamiento. El hogar del guía y de los curanderos estaban arriba, coronando la montaña, y las casas de piedra se apiñaban unas contra otras en las paredes del lugar, a la sombra de la protección natural de la corona de riscos en torno a la cumbre del Bosque Escarpado. 

En esos momentos, Garevan repartía instrucciones a varios lobos que lo rodeaban, y Gärn se dispuso a transformarse de nuevo para acompañarlos. Estaba buscando la chispa en su interior cuando alguien le agarró el brazo por sorpresa. No tardó ni un instante en identificar el olor de la persona que la había detenido, y Gärn se quitó la mano de Roho de encima con agresividad, en un acto reflejo acompañado por un gruñido más animal que humano. Lo fulminó con la mirada, esperando una explicación, pero no llegó.

—¡Ya vale, mujer! Calma—estaba diciendo el hombre, en un tono que solamente alimentaba la impaciencia de Gärn. Roho tenía el pelo negro y áspero de su padre, pero no sus ojos ambarinos, sino los amarillo claro de su madre. Era un hombre adulto, de veinte años, más joven que Gärn pero más alto y probablemente más fuerte, aunque hacía años que no tenía la fortuna de comprobarlo. Iba vestido y calzado, por lo que Gärn dedujo que no tenía intención de salir al bosque aquella noche. 

—¿A ti qué te pasa?—gruñó finalmente, con desprecio, y sin esperar respuesta se dio media vuelta y continuó andando hacia el grupo de guerreros. Garevan la había visto, y estaba indicando algo en su dirección. 

—¡Eh, Gärn! ¡No me des la espalda!—advirtió Roho a sus espaldas, y Gärn se preparó para que inevitablemente volviera a intentar agarrar su brazo. Cuando lo hizo, estaba preparada para desasirse, y esta vez el gruñido fue audible. Sin embargo, el hijo de Daichi era tan arrogante como él, e ignoró la advertencia, bien por estupidez o bien porque sabía que eso la enfurecería más—Así mejor, gracias—la rabia era amarga en la boca de Gärn—. He estado pensando que, ahora que Nadja se va a morir, vas a necesitar un nuevo compañero de hogar, y quería ofrecerte la oportunidad de ser la compañera de un príncipe. Claro que tendrás que dejar tu casa, pero no creo…

—Das asco, Roho—escupió Gärn. La expresión del hombre se endureció. Gärn sintió cómo su mirada la recorría por completo, y notó la vibración crecer en su garganta. La loba deseaba hacerlo pedazos. La mujer sabía que estaba siendo provocada, y se enorgullecía demasiado de su disciplina como para ceder.

—Creo que se te olvida cuál es tu posición, Gärn—la voz de Roho había adquirido un matiz severo, casi amenazante. Gärn echó de menos su cuchillo—. Lo que te estoy ofreciendo es un gran honor que harías bien en aceptar. Sería lo mejor para ti. Puedo hacer mucho.

Roho dio un paso hacia adelante; Gärn reprimió las ganas de dar uno hacia atrás. Nunca cedas, nunca les confieses que tienes miedo. 

—No quiero nada tuyo. Deshonras el nombre de tu padre cuando te alegras de las heridas de una compañera de manada y abusas tu posición para intimidar a quien te quieres llevar a la cama—su voz era firme, calculada, autoritaria—. A mí no puedes intimidarme, Roho. Así que vete a la mierda. Tengo trabajo.

Comprobó con satisfacción que el rostro de Roho se enrojecía de ira. Unos meses como príncipe y ya no sabe cómo conseguía lo que quería antes de serlo, gruñó para sí. Cuando determinó que no iba a volver a tocarla, se giró hacia donde había visto prepararse a las patrullas. La mayoría de los lobos ya se había marchado, pero quedaba un grupo pequeño que hablaba en un lado. Garevan la estaba mirando con gesto expectante.

Gärn se acercó.

—Disculpa el retraso, Garevan—dijo, agachando la cabeza respetuosamente—. Espero tus órdenes.

Su padre gruñó un asentimiento, pero su mirada estaba clavada detrás de ella. En Roho, supuso Gärn, pero se negó a girarse para mirar.

—He mandado un grupo a peinar la frontera exterior, otro a seguir los pasos de Nadja y otro a explorar el bosque. Quiero que lleves a estos a la frontera con los nubes de tormenta. Si te encuentras…

—¿Soy la líder de patrulla?—preguntó, sorprendida.

—¿Crees que no puedes? Puedo designar a otro.

—No. Lo haré yo. Gracias. Disculpa la interrupción. Continúa.

Garevan asintió. 

—Si te encuentras al enemigo, tenéis permiso para ir a matar.

—¿Daichi ha aprobado eso?—le sorprendía.

—Más tarde me acordaré de comentárselo—esbozó una media sonrisa, pero se le congeló la expresión al mirar por encima del hombro de Gärn y volvió a poner un rostro serio—. Disculpa, ¿necesitas algo?

Esta vez Gärn sí se giró, a tiempo para ver a Roho balbucear una excusa y desaparecer. No pudo contener una sonrisa.

—En el fondo es un cobarde.

—Sí, pero es un cobarde peligroso, Gärn—Garevan seguía mirando el lugar por el que se había marchado—. No le busques las cosquillas.

—Podría arrepentirse de buscarme las mías. Ha insinuado que Nadja va a morir.

—Nadja no se va a morir—repuso su padre, práctico, como siempre, y comprobó la tablilla de piedra en la que había marcado sus planes con tiza. Gärn no entendió los diagramas a simple vista, pero supuso que habían tenido sentido conforme se los explicaba a los demás. Si se concentraba lo suficiente, podía sacarles algún sentido…—. ¿Algo que añadir?

Gärn pensó un momento.

—Sí. ¿Has mandado a Nazak con el grupo del centro, el que sigue a Nadja?

Garevan ladeó ligeramente la cabeza.

—Nazak no es guerrero—Gärn sabía que eso significaba que deseaba una explicación.

—No—concedió—. Es cazador. Ha llovido, y la patrulla tendrá que sacarle algún sentido a una escena en la que ha habido una decena de lobos diferentes y dos peleas. Las fronteras están cubiertas ahora, lo que necesita el grupo central es rastreadores, no guerreros. Nazak es el mejor que tenemos—Por detrás de Nadja.

Garevan sopesó sus palabras.

—¿Y si los nubes de tormenta siguen en el bosque y atacan a los cazadores?

—No lo harán—negó con la cabeza—. El bosque está lleno de vientos de lluvia, iniciar otra pelea ahora es un suicidio para ellos. Lo más probable es que estén de vuelta en su propio territorio, pero si esperamos a haber asegurado todo el terreno antes de mandar a gente con hocicos funcionales allí afuera podríamos perder todos los rastros.

Otro momento de reflexión. Gärn se estaba muriendo de frío.

—Sí. Tienes razón. Mandaré a buscarlo. Lidera tu patrulla, Gärn. Sigue la frontera hasta que os encontréis con los otros, intercambiad información y regresad. No entréis en territorio enemigo, ni siquiera para perseguir a un intruso. Podría haber más emboscadas.

Gärn estaba de acuerdo, de modo que no discutió. Soltó por fin la chispa que había estado reteniendo y se transformó con un suspiro de alivio.

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